Trazar en pocas líneas la personalidad de Antonio no es una tarea fácil. Sus facetas son muchas.
Predicador y confesor
Ciertamente el Santo de los Milagros, fue sobre todo un predicador y un confesor incansable. Para hacernos una idea de la intensidad de las jornadas de Antonio es suficiente recordar las palabras de un contemporáneo suyo: «Predicando, enseñando, escuchando confesiones, le sucedía a menudo que llegaba al anochecer sin haber podido ni tan siquiera comer».
La vida contemplativa
No olvidemos, sin embargo que, fiel a la tradición franciscana, Antonio alternó períodos más o menos largos de retiro en la soledad con la vida apostólica de predicación itinerante.
Este sucederse tiene una explicación muy simple: para Antonio la vida activa es una expresión del amor al prójimo, la contemplativa, del amor a Dios. Como ambos amores son interdependientes y están estrechamente unidos, así son "gemelas" las dos vidas. Para Antonio, el estado de perfección cristiana no se resuelve ni con la sola acción ni en la sola contemplación, sino en la conciliación de ambas.
La caridad
Se comprende bien, entonces, en la espiritualidad de Antonio, el valor central de la caridad, entendida como amor a Dios, como bien supremo y al prójimo, por amor de Dios. Junto a esta, son fundamentales también las virtudes de la obediencia, de la pobreza y de la humildad, que es vista como la madre de todas las virtudes.
Doctor Evangélico
Y, finalmente, recordemos que Antonio, en su tiempo fue también un agudo teólogo. Sus escritos, redactados en forma de sermones - los Sermones dominicales con un apéndice de Sermones marianos y de Sermones de Sanctis (estos últimos incompletos)- reflejan el estado original de aquella que fue la primera teología franciscana que verá después otros grandes exponentes en san Buenaventura y en el beato Juan Duns Scoto.
En la ópera antoniana, la Sagrada Escritura ocupa un lugar fundamental, también porque la costumbre del tiempo hacía de la Escritura la fuente principal y casi exclusiva de la enseñanza teológica.
El Antonio teólogo, es deudor de san Agustín en el pensamiento, pero más personal y original, sabe unir la luz de la inteligencia y el afecto del corazón, la investigación especulativa con el ejercicio de la virtud, el estudio con la oración, como era la voluntad de su seráfico Padre san Francisco de Asís.