Poco antes de morir, Antonio logra retirarse en oración a Camposampiero, cerca de Padua, en el lugar que el conde Tiso había confiado a los franciscanos, junto a su castillo.
Caminando por el bosque, Antonio nota un majestuoso nogal y tiene la idea de hacerse construir, entre las ramas del bello árbol, una especie de celdita. Tiso se la prepara. El Santo pasa así, en aquel refugio, sus jornadas de oración, regresando al eremitorio sólo de noche.
Una noche, el conde se dirige a la pequeña habitación del amigo, cuando por la puerta entreabierta ve salir un intenso resplandor. Temiendo un incendio, empuja la puerta y queda inmóvil ante la escena prodigiosa: Antonio estrecha entre sus brazos al Niño Jesús. Cuando se recobra del éxtasis y ve a Tiso conmovido, el Santo le ruega que no hable con nadie sobre la celeste aparición. Solamente después de la muerte del Santo, el conde contará lo que había visto.