Se celebra el domingo 24 de enero el “Domingo de la Palabra de Dios”, la jornada instituida el año pasado por Papa Francisco para recordar, en el III Domingo del Tiempo Ordinario, a todos, pastores y fieles, la importancia y el valor de la Sagrada Escritura para la vida cristiana, como también la relación entre Palabra de Dios y liturgia.
El Domingo de la Palabra es por tanto una ocasión especial para reunir al pueblo de Dios alrededor de la Biblia, un día de fiesta y celebración para poner, al centro de la vida, junto a la Eucaristía, la escucha de la Sagrada Escritura, a través de experiencias y momentos de lectura, estudio y reflexión para vivir en comunidad.
La Pontificia Basílica de San Antonio también se une a esta iniciativa del Santo Padre, recordando sus palabra contenidas en la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Aperuit Illis”, con la que, el 30 de septiembre de 2019, se instituyó el “Domingo de la Palabra De Dios”:
1. «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45). Es uno de los últimos gestos realizados por el Señor resucitado, antes de su Ascensión. Se les aparece a los discípulos mientras están reunidos, parte el pan con ellos y abre sus mentes para comprender la Sagrada Escritura. A aquellos hombres asustados y decepcionados les revela el sentido del misterio pascual: que según el plan eterno del Padre, Jesús tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24,26.46-47); y promete el Espíritu Santo que les dará la fuerza para ser testigos de este misterio de salvación (cf. Lc 24,49).
La relación entre el Resucitado, la comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para nuestra identidad. Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo permanecen indescifrables. San Jerónimo escribió con verdad: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17).